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Más Allá de la Memoria: El Día de Muertos y la Pregunta por la Trascendencia

Actualizado: 29 oct 2024

El Día de Muertos siempre ha sido una celebración única: llena de colores, de altares, de recuerdos compartidos que nos conectan con aquellos que ya no están. Pero, más allá de las flores de cempasúchil y las calaveras de azúcar, esta tradición nos invita a reflexionar sobre la naturaleza de la muerte y la consciencia, y lo hace sin ofrecernos respuestas cerradas o definitivas. Nos permite encontrar en la memoria y los rituales una resignificación profunda de la existencia.


En el fondo, el Día de Muertos es una oportunidad para enfrentar la pregunta más difícil de todas: ¿qué significa que existamos y luego dejemos de existir? Al recordarlos, nos damos cuenta de que quienes se han ido siguen presentes en nosotros de formas que no se limitan a lo anecdótico o lo emocional. La consciencia, tal como la experimentamos, no es un fenómeno aislado. Se expande y trasciende lo individual, tejiéndose a través de los vínculos que construimos, los gestos, las historias y los afectos compartidos.

Cuando encendemos una vela, cuando colocamos una ofrenda, estamos haciendo mucho más que seguir una tradición. Estamos dando forma concreta a lo que normalmente es intangible. Estamos expresando, a través de un acto, esa consciencia que somos. Es como si, al adornar un altar, lo inmaterial de nuestras intenciones y recuerdos tomara cuerpo. En cada gesto ritual hay un intento de conectar con lo que está más allá de la experiencia individual, una manera de reconocer la continuidad de nuestra existencia a través del otro.

Podemos imaginar nuestra consciencia como un río. Cuando perdemos a un ser querido, es como si una piedra cayera en ese río, creando ondas que se expanden y alteran el curso del agua. Aunque la corriente siga su curso, esas ondas transforman el flujo. Algo similar ocurre con nuestra consciencia cuando alguien a quien amamos se va: la muerte genera una transformación profunda, que nos invita a buscar nuevas maneras de resignificar nuestras conexiones y de encontrar significado en la ausencia.


La memoria, vista desde esta perspectiva, no es solo un archivo donde guardamos eventos del pasado; es mucho más que eso. Es el tejido vivo que reconfigura nuestra experiencia del presente y nos ayuda a proyectar nuestro futuro. Los recuerdos de quienes ya no están siguen alimentando nuestra consciencia, creando nuevas estructuras de significado y manteniendo vigente su influencia en nuestra vida. Así, la muerte no se convierte en un final definitivo, sino en un eco que sigue resonando en nuestras acciones, en nuestros pensamientos y en cómo percibimos el mundo.

La celebración del Día de Muertos también es un ejemplo de nuestra capacidad humana de responder a la finitud con belleza y creatividad. Construimos altares, adornamos con flores, compartimos historias… y, al hacerlo, manifestamos esa necesidad de dotar de sentido a lo efímero, de responder a la muerte con conexión y significado. Estos rituales son una afirmación de la vida: una forma de construir sentido incluso en medio de la pérdida.



El Día de Muertos nos invita a no temerle a la incertidumbre, a no buscar respuestas cerradas, sino a aceptar que la consciencia de nuestra mortalidad puede, de hecho, enriquecer nuestra existencia. Cada gesto, cada recuerdo, es una pieza esencial para construir un significado compartido. Al honrar a quienes se fueron, también celebramos nuestra capacidad de construir, resignificar y conectar con algo que va más allá de lo efímero, reconociendo la belleza que surge del misterio mismo de la existencia.




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